Mis mejores momentos en pista (I): Cuando Eadie dejó de ser Brutus

Sin ninguna duda, uno de los momentos más emocionantes que he vivido en un velódromo ha sido el torneo de velocidad en el Mundial de Ballerup (Dinamarca), en 2002, una historia sobre la que ya he escrito anteriormente, pero que no me importa repetir. Y todo ello por obra y gracia de un barbudo australiano llamado Sean Eadie, conocido en aquellos días como ‘Brutus’ por su aspecto, que en los últimos enfrentamientos del torneo de velocidad nos levantó a todos de los asientos. Nunca ha estado tan bien puesta esta disciplina en el programa de los Mundiales como cierre de los Campeonatos.


Con ser interesante la final monocolor australiana -en el vídeo-, no fue lo mejor de la tarde. En la lucha por el oro, con la moral por las nubes, derrotaba a su compatriota Jobie Dajka, que parecía el gran favorito después de haber ganado días antes el keirin, precisamente por delante del español José Antonio Villanueva. Y lo hizo en un agónico desempate por escasos metros en el cerradísimo sprint.

Ese momento mágico fue una semifinal impresionante ante el galo Florian Rousseau, uno de los mejores velocistas del momento –y de todos los tiempos-, que todavía debe estar preguntándose cómo alguien pudo hacer lo que el australiano demostró en ese domingo inolvidable en el que dominó de todas las formas posibles, como había vivido el también en carne propia, en cuartos, francés Laurent Gane. Unas imágenes que estuve buscando durante mucho tiempo, y que años me pasó después el pistard Adriá Sabaté, desgraciadamente en una deteriorada cinta de vídeo, que de momento refrescan mi recuerdo, aunque no descarto aún encontrar una versión en mejor estado.

Eadie, además, fue protagonista de muchas páginas de periódicos –que era lo que importaba ya que entonces no existían las redes sociales para simplificar los hechos- ya que su historia no tenía desperdicio. Maestro de escuela infantil, alternaba su profesión con la vocación de pistard de escaso éxito bajo un sistema de preparación inadecuada y con la de bebedor impenitente de cerveza. 

El técnico Martin Barras creyó en él, le llevó a Adelaida, pero le exigió sacrificio en el trabajo y moderación con la ‘priva’, a lo que el ciclista respondió con la abstinencia total durante los cuatro meses y medio anteriores al evento, tiempo en el que tampoco se afeitó la barba –prometiendo que no lo haría hasta que no lograra su objetivo de lograr el oro-, lo que le dio ese aspecto terrible y el sobrenombre de ‘Brutus’.

Arnaud Tournant –el único de los tres velocistas franceses que no se había comido el ogro de Sidney, sino que había caído en semifinales ante el malogrado Dajka- se tomó la revancha al bajar del podio, ya que fue quien le rasuró, pero no le importó: antes de subir por el ‘arco iris’ ya se estaba trasegando en la ‘pelousse’ su merecidísima primera cerveza en meses. 

Unas horas después, en el hotel que compartíamos, un Eadie lampiño irreconocible se gastó una fortuna –más que por la cantidad de unidades, por el precio de las mismas- en invitarnos a todos los presentes y en meter en su impresionante corpachón todas las 'birras' que se había ahorrado en las semanas anteriores.

Algún tiempo después, de forma muy efímera, volvió como técnico de la selección australiana, ya con el aspecto afeitado que lucía desde aquella tarde de domingo. No estuve yo en aquel otro Mundial, pero gracias a Iván Millán conseguí una foto firmada y dedicada de ese portento que me regaló uno de los momentos más intensos vividos junto a una pista.

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