Milton Wynants: el milagro de una medalla uruguaya, 23 años después

Cada 20 de septiembre, Uruguay recuerda una medalla olímpica, especialmente en la ciudad de Paysandú, una de las más importantes del país. Esta semana se cumplía el 23º aniversario de esa plata, que no solamente ha sido la única lograda por el ciclismo uruguayo sino que, desgraciadamente, es la última medalla conseguida por este país en los Juegos Olímpicos, y la única desde 1964.

Foto familia Wynants / Vía Olympics

Una presea que fue considerada -y se sigue considerando- poco menos que un milagro, a pesar de que Milton Wynants fue un notable pistard, que participó en cuatro ediciones de los Juegos Olímpicos -desde Atlanta 1996 hasta Pekín 2008-, que obtuvo también una plata, también en puntuación, en los Mundiales de Melbourne 2004, y que fue campeón de los Juegos Panamericanos del 2003, en la misma disciplina, con numerosos triunfos en carretera, aunque siempre en América.

Nacido en Paysandú el 28 de marzo de 1972, en Olympics encontramos bastante datos de su trayectoria y de su vida, que tiene un momento especial en 1983 cuando, con apenas once años, jugaba un partido de fútbol y su tío le gritó: “Si anotas un gol, te regalo una bicicleta”. Marcó dos y poco después recibió la máquina que le cambió la vida.

No obstante, fue su padre quien más hizo por su carrera, como recuerda el pistard. “Me inculcó la disciplina con el entrenamiento, la rutina y el descanso. Por más que cuando era un niño me molestaba, haber crecido con esos hábitos fue muy importante para mi carrera”.

Poco a poco, fue labrándose un porvenir en esta disciplina, y con 23 años debutaba en los Juegos Olímpicos, en Atlanta, donde lograba la undécima plaza en puntuación. A partir de ese momento soñó con metas mayores, sobre todo una medalla olímpica que cambiase su destino. Sin embargo, estuvo a punto de no poder acudir a Sidney. Primero, porque no se clasificó, y tuvo que ser a través de una ‘wild card’ -algo imposible ya a día de hoy- como consiguiese el pasaporte olímpico.

Y segundo, porque a un mes de los Juegos, rompió su bicicleta en Colombia… sin tener ni recambio, ni posibilidades de conseguirlo. “Con la beca del Comité Olímpico Uruguayo, que eran 400 dólares por mes durante cinco meses, junté 2.000 dólares. Sumé otros 500 que me dieron en la Federación Ciclista Uruguaya y así reuní los 2.500. Me alcanzaba con lo justo para comprar una bicicleta nueva. Tomé el auto, me fui con mi esposa a Buenos Aires y la pude comprar. Me sacaron las medidas y a los 15 días me la mandaron a casa”.

Una bicicleta que, por cierto, también estuvo a punto de destrozar cuando se le cruzó un rebaño de ovejas ¡en el velódromo de Paysandú! “Por suerte, pasé entre la penúltima y la última oveja del rebaño y salvé otra bicicleta de que se me rompiera en pedazos”.

Un buzo usado, de mangas largas y con la cremallera abierta

Ya en Sidney, su aspecto contrastaba con el cada vez más profesionalizado aspecto de los pistards europeos o australianos. Como cuenta en el vídeo, el buzo de competición era usado, no era de su talla, tenía una raja en la espalda, que tapó con el dorsal, y las mangas le quedaban grandes, por lo que las tuvo que recortar. Además, la cremallera le apretaba demasiado en el cuello. “Era increíble porque ya en ese momento todos mis rivales se obsesionaban con la aerodinámica y yo tenía que correr con la cremallera del traje abierta”.

El caso es que su suerte cambió desde el comienzo de la prueba y anduvo metido todo el tiempo en carrera. A falta de diez vueltas, se encontraba en cuarta posición, un lugar que hubiera firmado con los ojos cerrados. Pero la cercanía del podio le hizo lanzarse a por todas en la última puntuación, donde la segunda plaza, le hizo terminar con la medalla de plata, por detrás de Joan Llaneras, que había ganado vuelta y resultaba inalcanzable, pero por delante de Alexei Markov, con 18 y 16 puntos, respectivamente.

Twitter UyDeporte
“Yo estaba celebrando el bronce hasta que, cuando me bajo de la bicicleta, el mecánico y la doctora venían a los gritos, ‘segundo, segundo, has salido segundo’”, contaba el ciclista, convertido en un héroe uruguayo a su regreso a Uruguay y Paysandú… y siéndolo aún casi cuarto de siglo después.

"Lo recuerdo cada año que pasa como si fuera el primer día, con emoción y alegría por lo que se consiguió. Siempre es un día muy especial que sirve para revivir ese momento", contaba en Montevideo.com.uy. "La gente te lo hace revivir y recordar en cada momento y cuando se acerca la fecha del aniversario un poco más. Fue una hazaña que logré en mi carrera y con el correr del tiempo uno le va dando el valor inmenso que realmente tuvo".

"Fue un premio al esfuerzo y el amor por un deporte, los sacrificios que pasamos y las ganas que teníamos de alcanzar el logro", señalaba, terminando con un mensaje para todos los deportistas, uruguayos o de cualquier parte del mundo. "No hay nada imposible, todo se puede. Hay que ponerle ganas y dedicación. Los logros llegan cuando uno deja todo y no busca tantos pretextos. El esfuerzo es la base de todo", concluyó.

Unas enseñanzas que intenta transmitir a los jóvenes pistards uruguayos, entre los que está su propia hija, Lucía.

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