Reginald Harris: El ascenso y caída del más grande ciclista británico

La colosal estatua en Manchester. Wikipedia

Una de las primeras cosas que llaman la atención al entrar en el velódromo de Manchester es la enorme estatua de Reginald ‘Reg’ Harris, uno de los mejores velocistas de todos los tiempos. Aunque muy anterior y sin ligazón directa, en cierto modo el precursor de los grandes pistards británicos, como Bradley Wiggins, con el que tiene bastantes similitudes en su vida y carrera, o Chris Hoy. Sin duda, una más que justificada elección esta estatua para acornar el que es el Centro Nacional del ciclismo británico, de un personaje del que queremos recordar su vida e historia en el día en que se cumplen 33 años de su fallecimiento. No obstante, es curioso que el gran velocista escocés le calificara como "una leyenda del deporte... Me cansé de que la gente me dijera que yo no era tan rápido como él".

Nacido el 1 de marzo de 1920 en Bury, Lancashire, tomó el apellido de su padrastro cuando su madre se casó, sin renunciar a ese Hargreaves sobre el que no solía dar muchas explicaciones, pero que era el apellido de su madre soltera. Su vida parecía encaminada a ser mecánico. Pero una bicicleta que compró con 14 años le permitió inscribirse en algunas carreras de hierba y obtener pequeños premios que le permitieron poder dedicarse progresivamente de una forma más exclusiva al ciclismo. Curiosamente iba a participar en su primer Mundial en 1939 en el Vigorelli justo cuando se declaró la II Guerra Mundial.

Centrado definitivamente en la velocidad tras el conflicto bélico, de él se dice que se le puede considerar como el primer velocista 'full time', ya que su metódica preparación se realizaba fundamentalmente en el velódromo, usando solo la carretera como complemento. De esta forma, se proclamaba campeón del mundo amateur en 1947 y tras los Juegos Olímpicos de Londres, pasaba a ser profesional, logrando otros cuatro títulos más (1949, 1950, 1951 y 1954) y otras dos medallas, una de cada color.

Londres 1948, sin embargo, fue una decepción para él, ya que ‘solamente’ pudo lograr las medallas de plata en velocidad y tándem, sin poder intervenir en el kilómetro, cuando la verdad es que, dadas sus condiciones, se puede hablar de un notable balance: se rompió dos costillas en un accidente de tráfico tres meses antes y se fracturó un codo pocas semanas antes, por lo que estuvo entrenando esos días previos escayolado.

Como profesional, estuvo contratado por la firma de bicicletas Raleigh, que le pagaba un buen fijo, aparte de primas por resultados, e hizo numerosas campañas para otras empresas. Y sobre todo, le permitió tener un estatus jamás soñado para un ciclista inglés, siendo tan conocido como el futbolista Stanley Matthews o el piloto de F1 Stirling Moss.

Y es que Harris quería ser también el mejor fuera de la pista, en su carácter de showman, en la elección de su ropa a medida, en sus coches de lujo… e incluso de las mujeres que le acompañaban. En el fondo se sentía avergonzado de sus orígenes, aunque no le importó referirse a que "la última persona que un niño necesita cerca cuando corre es su padre".

Tanto sus mejores momentos deportivos en pista como esta vida de superestrella fuera de ella se reflejan en una notable biografía de 352 páginas, ‘Reg Harris: el ascenso y la caída del más grande ciclista británico’, escrita por el periodista Robert Dineen, donde contextualiza su figura en la historia del deporte y la sociedad británica de posguerra.

Pese a todo, estuvo montando en bici hasta casi su muerte en 1992, causada por un derrame cerebral posterior a una caída sufrida poco antes. Algunos años antes, ya con 52 años, se había proclamado Campeón británico de velocidad por última vez, solamente porque quería tener ese título al que no pudo aspirar en sus mejores años porque no había campeonatos para profesionales.

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