Sin ninguna confianza en su valor como ser humano, la
atención era su peor pesadilla. La respuesta fue usar una máscara. Se
convirtió en ‘Sir Wiggo’, el adorable pícaro, cuyo disfraz sofocaba
lentamente su verdadero yo, aplastando sus últimos vestigios de autoestima.
Bradley se sumió en una profunda desesperación personal,
marcada por la adicción a las drogas. Fue su punto más bajo, uno que, según
admite abiertamente, podría haberle costado la vida. Posiblemente fuese una suerte que sólo le costase la bancarrota.
Wiggins ya tenía dos libros escritos por él mismo sobre
su carrera, ‘My time’, una autobiografía que suponemos no tendrá nada que
ver con lo que ahora escribe, y ‘My hour’, un magnífico resumen de su récord
de la hora y de buena parte de los referentes que tuvo en ese intento.
Ahora encontramos una publicación totalmente distinta, tras
haber encontrado la fuerza para embarcarse en un extraordinario viaje de
autodescubrimiento durante el cual se enfrentó a su mayor oponente: los
demonios dentro de su cabeza. Un viaje que ahora quiere compartir. Quiere
que otros comprendan que no están solos en sus luchas mentales; que abrazar
la honestidad y la apertura es la clave de la felicidad personal. Por fin,
Bradley Wiggins es quien es, en su propia piel.

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