Velódromos de París (I): Desde los orígenes hasta el histórico ‘Buffalo’

El Velódromo Buttalo, en 1897, el día de la Bol d'Or
Collection Jules Beau. Dominio público

No está muy claro si es Gran Bretaña, Francia o Estados Unidos la nación que tiene un mayor protagonismo en el arranque del ciclismo, en general, y de su versión en pista, en particular, en los años finales del siglo XIX. Sin embargo, sí es evidente que hay una capital mundial, París, que a finales de 1893 contaba con 23 velódromos en la ciudad y su periferia, según cuenta Pascal Sergent en su magnífica obra ‘Le temps des vélodromes’. No hemos localizado tantos, aunque sí los suficientes para escribir esta serie en homenaje a los primeros años del ciclismo en pista, y a París.

Y aunque ya hubo una pista de tierra en los Champs-de-Mars, muy cerca de la Torre Eiffel, en la década de los ochenta, se puede considerar que el verdadero primer velódromo parisino fue el de Courbevoie, construido en agosto de 1891, cerca de la estación de tren de Bécon-les-Bruyères, por lo que también se le conoce por esta referencia. Se trataba de una pista de cemento de 500 metros, con curvas peraltadas, y un notable aforo de 5.000 personas, pero que no tuvo mucha vida, quizá por estar demasiado alejado…y por la existencia de otros recintos construidos en los meses y años sguientes.

Tristan Bernard en el vélodrome Buffalo, inmortalizado por Toulouse-Lautrec,
un gran aficionado y habitual en las competiciones. Dominio público

Sin duda, el más popular sería el conocido como ‘Velodrome Buffalo’, llamado oficialmente Velódromo de la Sociedad de los Deportes de Francia, inaugurado el 29 de mayo de 1893 en un solar donde el mítico Buffalo Bill, había instalado su atracción con ocasión de la Exposición Universal de 1889. De ahí el nombre de este recinto, levantado a iniciativa de Herbert Duncan, ciclista británico y editor de la revista ‘Le Veloceman’, y financiado por el dueño del Folies-Bergères, Clovis Clerc, aunque su personaje más reconocido fue el escritor y abogado Paul ‘Tristan’ Bernard, director del velódromo y de quien se dice que fue el inventor del toque de campana para la última vuelta.

Construido en madera, ‘al estilo americano’, con una cuerda de 300 metros y un nada habitual peralte en aquellos tiempos, fue conocida como la pista de los récords y allí fue donde el mítico Henri Desgrange estableció el primer récord de la Hora, en 1893. O se vivió la histórica rivalidad entre Marcel Berthet y Oscar Egg. Y sin duda, el que tuvo más actividad en estos inicios del ciclismo en pista, sede durante la mayor parte de los años de la Bol d’Or, aunque ajeno a los Juegos Olímpicos de París 1900. Incluso fue el punto de salida del Tour de Francia en 1906.

Carrera tras tandem. Agencia Rol/Gallica
Pero quizá lo más destacable del Buffalo fuese su ‘color’, una mezcla de deporte, apuestas y ambiente más propio de los clubs nocturnos que de un recinto deportivo como ahora lo conocemos. Un espectáculo para hacer tiempo antes de cerrar la noche en el cabaret, y que se trasladó a Vel d’Hiv, del que ya hablaremos en esta serie, aunque no a otros recintos parisinos.

En 1902 se añadieron más gradas hasta alcanzar un aforo de más de 8.000 espectadoresaunque su vida terminó en la I Guerra Mundial cuando fue expropiado y demolido para construir una fábrica de aviones, el Atelier Louis Blériot, que posteriormente sería de automóviles. 

El 24 de septiembre 1922 se inauguró un nuevo velódromo con este nombre -Stade Buffalo-, pero en una zona completamente diferente, en Montrouge, al sur de París, con una impresionante capacidad de 30.000 espectadores… por lo que tuvo más protagonismo con el futbol, el boxeo e incluso carreras de motos, aunque su óvalo de cemento llegó a albergar alguna edición de la Bol d’Or. Fue demolido en 1957.

También en 1893, el 27 de agosto concretamente, se inauguró el velódromo del Sena, en la comuna de Levallois, nombre por el que también se le conoció, no muy lejos del anterior y sobre el que hablaremos en la siguiente entrega.

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